lunes, 13 de julio de 2020

Parte del libro 7 “UNA DULCE MADRILEÑA” amor y erotismo.


Para amar tienes que tener los requisitos que el amor exige. La verdad, la lealtad, la honestidad, el coraje.
Pero para ser amados hay que tener una profundidad de ánimo que le haga comprender a la otra persona, que merece la pena arriesgarse, para vivir algo bonito y verdadero contigo.
Una persona no es lo que consigue transmitir con su presencia que puede esconderse detrás de una actitud falsa, sino, es el resultado de sus elecciones, de sus decisiones, de su forma de ser y de comportarse. De cómo enfrenta los compromisos y corrige los propios errores. En definitiva, es el resultado de sus acciones.
Siempre he pensado, y lo sigo pensando, que en la vida no se puede tener todo, y no se puede tampoco hacer todo, del mismo modo que no se puede estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo. En la vida si tiene que elegir, y la fuerza de una persona reside en el poder de esa elección, ya sea buena o mala. Se basa en la capacidad para ejercer su libre albedrío, que representa la máxima expresión de la libertad individual. Significa cerrar unas puertas antes de abrir otras. Consiste en decir no a algunas personas para dar prioridad a quien nos interesa. Se basa en el respeto y en la contundencia que empleamos al defender las decisiones que hemos tomado. Sin escondernos detrás de excusas mezquinas y banales, que utilizan los débiles para justificarse de una mala acción.
Y donde no hay elección, no hay nada, porque no existe el individuo. Existe solo la oportunidad del momento, la necesidad y la fragilidad que une a los más débiles.
Yo en el amor... deseo tener paciencia, pero no tolerar a quien me roba la serenidad y a quien insiste en quitarme la energía.
Deseo tener siempre la posibilidad de perdonar, pero no olvidar lo que se me ha dicho o hecho.
Deseo amar mucho e intensamente, pero no ser esclavo de un sentimiento que me lleva al fondo de un abismo.
Deseo cumplir al menos un sueño encerrado en mi corazón desde hace mucho tiempo, pero que no se convierta en una obsesión.
Deseo eliminar poco a poco los parásitos que rodean mi día a día, pero no dejar nunca de confiar en una mujer.
Deseo poder experimentar todo lo que el amor me proponga, pero no renunciar nunca a conocer la verdad de esa proposición.
Deseo luchar contra la costumbre y el aburrimiento intentando alimentar mi fantasía, pero no despreciar lo que me ha dado un valor en la vida.
Deseo mirar siempre, cada día, a mi mujer, con los ojos de un niño recién nacido, pero no olvidar lo que he vivido con ella bueno o malo que haya sido.
Y con el paso del tiempo, envejecer juntos, y poder seguir soñando y deseando proyectos comunes aún sin cumplir. Y permanecer aún más unidos cuando algún deseo se quede ahí, fluctuando como una pompa de jabón, porque las circunstancias no han sido las favorables. Y reír como dos almas en una mirando hacia atrás el camino de vida que hemos recorrido, los obstáculos superados, los momentos difíciles y los inolvidables, y aun así, habiendo escalado todas las montañas que la vida nos ha presentado, estamos todavía juntos.

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jueves, 2 de julio de 2020

Parte del libro 6 “UNA DULCE MADRILEÑA” amor y erotismo.


Seguimos nuestro largo paseo nocturno, hablando de todo un poco, hasta llegar al parque de la Ciudadela. No había nadie en la calle y se había levantado un poco de viento que le despeinaba el pelo cubriéndole la cara. Atravesamos el Paseo Picasso para recorrer en silencio, cogidos de la mano, aquel misterioso camino cubierto por grandes arcos de piedra y bordeado de viejas tiendas que vendían durante el día, cítricos y frutos secos. Así llegamos hasta el «Aire de Barcelona». Un gran espacio de 300 metros cuadrados excavado en el subsuelo de un edificio colonial donde habían construidos unos baños árabes. Un gran Hamann, formado por un circuito de siete piscinas con diferentes temperaturas de agua.
—Entremos, venga…—le dije cogiéndola de la mano y tirando de ella tras de mí – Vamos a darnos un baño caliente y un masaje relajante. Venga…ven. 43
— ¿Cómo? – Me preguntó maravillada – ¿Pero dónde? Son las doce de la noche. ¿Pero qué quieres hacer?
—No te preocupes, cierran a las 1:30h. A lo mejor hay sitio todavía, y nos dejan entrar —le dije para animarla y vencer su duda.
—Pero yo no tengo bañador.
—No importa, yo tampoco. Con la oscuridad del sitio no se darán cuenta de nada. Y, además…un bañador no es muy diferente de la ropa interior ¿No?
Efectivamente, no se dieron cuenta de nada. El espacio termal estaba extrañamente desierto. Una vez comprada la entrada, nos dieron los albornoces blancos correspondientes y las zapatillas de plástico blancas para entrar en el agua. Tras gustar una taza de té caliente de frutas, «cortesía de la casa» nos aventuramos a descubrir el lugar. Uno se perdía entre aquellas paredes perfectamente restauradas, hechas de ladrillo antiguo. Entramos en la piscina de agua caliente, después en la de agua fría, en la tibia, en la bañera de agua dulce y la de agua salada. Y después…fue el momento de entrar en la bañera de hidromasaje que estaba deliberadamente iluminada solo con la luz de una vela, dado que estaba construida en una hondonada más baja que las otras piscinas. Los chorros de agua, que salían con violencia de los orificios laterales y del suelo de la piscina, le quitaron el sujetador. Martina no se dio cuenta.
Sus senos, bellos, redondos, jóvenes, no tenían necesidad de ningún sostén. Flotaban en la superficie como dos pequeños globos. El miembro se me puso duro, no duro, durísimo. Parecía que quisiese salir de mis calzoncillos. Estaba tan excitado con la visión de aquella carne joven y deseosa de sexo, que me la tocaba bajo el agua. Si no hubiese estado el vigilante, me la habría follado. Moviéndome en el agua, me acerqué aún más a ella e hice que lo sintiera apoyándoselo levemente por detrás. Martina me miró, pero no dijo nada. Aquellos ojos, aquella mirada, fue un tácito acuerdo de lo que más tarde habría ocurrido entre nosotros si hubiésemos seguido viéndonos. A pesar del gran feeling que había entre nosotros, seguía pensando que era demasiado joven para mí. Y aquella idea no me abandonada ni un instante. Cuando volvimos a casa, a altas horas de la noche, me despedí dándole un beso inocente en la mejilla. Pero, antes de entrar en mi apartamento, me agarró de una mano y con una sonrisa me dijo…
 —Gracias de verdad Samuel. He pasado una noche fantástica. Espero pasar más momentos como este junto a ti.
—Martina…—le respondí —no me tienes que dar las gracias, no te he hecho ningún favor. Y, además, yo también he estado muy bien contigo.
Cerré la puerta y me metí en la cama. Pensé que hubiese sido una noche aislada y que no repetiríamos el juego. Me equivocaba. En contra de mi profética previsión, las salidas a cenar se repitieron varias veces más, hasta que ocurrió aquello que temía.
He entendido que la felicidad no consiste en encontrar a alguien a toda costa para hacer un camino junto. Ser felices significa tener a ese alguien que nos hace vibrar el alma y latir el corazón. Solo con esa persona aquel camino tiene un sentido. La mayor parte de las veces, la felicidad se esconde en la periferia de lo que hacemos. Y aunque no sea evidente, es accesible a cualquier ser humano a prescindir de su fortuna, de su condición social y de sus capacidades intelectuales. Porque la felicidad no depende tanto del placer, del amor, de la consideración o de la admiración de los otros, sino de la plena aceptación de uno mismo, que consiste, en tener el coraje de recorrer el camino para el que hemos nacido. He pensado, según mi filosofía de vida, que no todos nacen para hacer las mismas cosas o seguir los mismos caminos. Tener un trabajo, una familia, tener hijos. Cada uno de nosotros encierra en la hondura del propio ser una semilla distinta que germina de forma diferente y que necesita de otras cosas. Esa semilla representa lo que estamos destinados a ser y a convertirnos.
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jueves, 14 de mayo de 2020

MI MISMO.


Observo a la gente a mí alrededor y sigo pensando que todos ellos están fuera de escena. Beben, comen, bromean, y ríen sin interrupción, complacidos y satisfechos, apoltronados e angustiados por su dinero.
¿Pero son felices de lo que han llegado a ser? ¿De lo que hacen? ¿De lo que tienen? De las casas, de los barcos, de la ropa, de los coches, de los ostentosos viajes y de las amantes clamorosas, de todo lo que parece mucho y en realidad es poco, poquísimo, no es nada. Es solo el precio que deben pagar para aburrirse en la vida.
Necesitan conversaciones sin sentido, de ruidos, de sonrisas, de palmadas en la espalda para existir, detrás de máscaras hechas de apariencias y vacías de sustancia, para sentirse parte de un mundo que los aleja de sí mismos.
Se disculpan ante evidencias que no quieren aceptar, ante valores predicados y no practicados, y las características comunes se convierten para ellos, en el único argumento y en el aspecto dominante de su modo de vida.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada. Para uniformarse con la sociedad siguiendo el mismo camino. Y de la inmovilidad de su existencia, poder juzgar y criticar a hombres como yo, que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo teatral. Tienen que justificar y justificarse del tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez, simplemente porque no han sido capaces.
No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud; tal vez, por un rechazo instintivo a seguir el camino de la mayoría, y a continuar en solitario mi viaje.
Y aunque las incertidumbres de algunos momentos han hecho a veces temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
No puedo compartir con ellos la superficial apariencia y alegría por cosas que no tienen sentido. Necesito algo diferente para sentirme vivo y  entender el porqué existo. Por eso, voy buscando ese silencio interior que me aísla de todos ellos. Necesito sentir que mi alma, mi ser, se desnuda de todas aquellas ficciones habituales y que todo dentro de mí se hace más agudo, más penetrante, más profundo. Una desnudez árida y verdadera de mi mismo.
Como si mirando mi vida, asistiese a una realidad diferente de aquella que diariamente percibo. Una realidad fuera de las formas, de aquello que me rodea, de lo que ya conozco. Solo en ese silencio consigo percibir que la existencia cotidiana de la muchedumbre que me rodea, permanece suspendida en el vacío de la nada y aparece ante mis ojos carentes de sentido y de propósito.
Y aunque a veces, me resulta difícil conservar y defender en medio de la multitud la independencia de mí ser. Más agobiante y angustioso me resultaría conformarme con ellos, y aceptar una tal actitud, o modo de vida.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo siempre que ser yo mismo en cada instante. No puedo renunciar a mi individualidad solo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en la vida se conforman, con el fin de poder reconocerse para comunicarse y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diverso. No han elegido sus vidas, la sociedad se las ha proporcionado con todos los accesorios para transformarse con el tiempo, en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes y lo convertiría en hombres libres.
Lo que he sido, está gravado a fuego en la expresión de mi rostro, en la luz de mis ojos, en mi forma de hacer, de vivir, de hablar, o de ser. Llevo dentro de mí las heridas de mi pasado y una profunda tristeza que ha debilitado mi alma y envejecido mi cuerpo. No soy capaz de vivir un momento, sin pensar en aquello que lo precede, demasiadas pruebas he tenido que superar como para no tenerlo en cuenta.
Nunca he entendido el talento de algunas personas que en poco tiempo se trasforman en otras, renegando lo que han sido o han vivido. Creo más en una metamorfosis paciente, lenta y dolorosa, que produce un cambio en la forma de ser y de percibir la vida.
He necesitado un largo tiempo, para presenciar y entender la lenta transformación interior de mí mismo, dirigida por una voluntad personal de superarme. He sido muchas veces, injustamente juzgado por personas que no conocían tan siquiera una partícula de mi ser. Que ni siquiera tenían una idea de lo que vivía dentro de mí. En aquella soledad que a veces se prolongaba durante un largo tiempo, he tenido que enfrentarme al dolor, a la tristeza, al miedo. Hoy llevo dentro de mí las heridas de mis batallas, y unas profundas cicatrices en el fondo de mi alma.
Siempre he pensado que el tipo de vida que rodea a muchos, es un completo engaño y que existe algo más de este vivir habitual y tranquilo, que escondido tras una ostentosa felicidad, profesan con presunción y sabiduría cierto personaje que sentados, observan sin entusiasmo, sin alegría, lo que necesitan para hacer palpitar sus corazones. Como siempre me han hecho tristemente reír las declaraciones de aquellos que dicen (hay un tiempo para todo) (busco la tranquilidad y la estabilidad) (quiero ser feliz). La verdad es que se han trasformado con el tiempo en estériles inteligencias y espectadores temerosos de una vida que les pasa por delante, sin ser vivida, Tienden a dar un valor absoluto a todo lo que es relativo y mutable, debido al terror de perder y a la incapacidad de reconquistar, lo poco que con mucha suerte han encontrado. No existen certezas, solo los burros la buscan. No han entendido que la vida no es un término absoluto, si no al contrario, es un sentimiento mutable y varios a según el momento, la casualidad, la suerte, las coincidencias o la circunstancia. Sus deseos, sueños y ambiciones, les hacen imaginar un estado feliz respecto a lo que está por venir, porque añaden a sus vidas placeres que no tienen. Y cuando, por suerte, algunos de estos sueños se convierten en una realidad, ni siquiera entonces serán felices, porque tendrán otros proyectos futuro más grandes y más importantes de aquellos que una vez les hicieron esperar, que cuando se cumpliesen les hubieran proporcionado la felicidad que tanto buscaban.
¡Quieren conocer la felicidad! Pero por miedo a arriesgarse, ni siquiera se conocen a sí mismos. No han todavía comprendido que la felicidad, la verdadera, deambula solitaria y silenciosa, sencilla y humilde, buscando entre
esas sugestivas apariencias, un momento para volver a existir y renacer.
He llegado a un punto en el que ya no me interesan las razones de los demás, de lo qué piensan o hacen de lo que dicen o cómo actúan. ¡He escuchado demasiado y durante demasiado tiempo! No tengo más paciencia.
He perdonado, he justificado, he comprendido e incluso he tolerado. Pero con el tiempo las decepciones pesan demasiado. Pero no pesan las decepciones en sí mismas, sino el tiempo que se necesita para superarlas. No pesan las personas equivocadas que conocimos en nuestras vidas, sino los pedazos de nosotros que hemos perdido a causa de ellas en el camino para reconstruirnos. Tampoco pesan las lágrimas derramadas, sino el doloroso recuerdo de no haber podido detenerlas, sabiendo que esas lágrimas no eran merecidas.
Y si por una pizca de alegría corresponde una pizca de amargura, si por cada cosa que se pierde algo se gana, significa que una inevitable dualidad dirige nuestros destinos hacía la naturaleza de nuestras vidas y empuja a la parte opuesta a completarla, y nuestra manera de actuar está definida y dominada por las leyes de la naturaleza.
Solo el hombre que sabe deshacerse de cualquier cosa y de cualquier tipo de apoyo en todos los momentos. Solo el hombre que conserva la capacidad de ganar o perder dependiendo de cómo gira la ruleta de su vida.
Solo el hombre que a pesar de los golpes recibidos y las cicatrices quizás aun abiertas conserva dentro de sí el brillo, el optimismo y el entusiasmo; solo aquel hombre no podrá nunca ser parte de la multitud porque encarcela dentro de sí el alma del individuo.
Pero si un hombre es idéntico al del día anterior, sin haber advertido ningún cambio dentro de sí, sin haber sentido deslizarse pensamientos extraños e inconfesables, golpes de locura, sueños irrealizables, ilusiones fantásticas o acciones incoherentes. Si ese hombre nunca ha puesto en duda sus pensamientos, sus acciones, las certezas afirmadas y defendida, entonces su vida es plana, común, banal, aburrida, y la evolución interior de su alma se ha rendido pasivamente.
Si los sueños y las ilusiones que animaban tus noches son solo recuerdos del pasado, la vida no se renueva y se convierte en rancia, estanca, se petrifica, y el pensamiento luminoso se trasforma en una mosca que da vueltas dentro de una botella vacía. Tienes que apoyarte a ti mismo y creer en tus fuerzas, porque son las únicas que pueden apoyarte cuando todos se irán.
A menudo dicen que lo que se deja atrás no importa, el pasado no importa, y muchos viven plácidos y tranquilos con esta convicción demencial. ¡Yo, en cambio! Creo que lo que hemos vivido cuenta y mucho. Y no es cierto que no debamos mirar hacia atrás, tenemos que hacerlo, para recordar el tiempo vivido, las emociones que sentimos, la gente que conocimos. Para entender el por qué, hemos pasado por lo que vivimos. Para recordar las razones que nos llevaron a donde estamos, y lo que hemos llegado a ser. Y recordar también y sobre todo lo que nos hubiera gustado olvidar, para no volver a cometer los mismos errores.
No hay días inútiles. Cada día tiene su valor y su razón de ser. Su razón de existir. Y cada minuto, cada momento, cada instante, nos deja algo. Incluso las lágrimas derramadas, son la prueba de que un día, un corazón estaba latiendo intensamente.
Como sucede a menudo en la vida, a través de lo que al principio podría haber parecido un error, se puede alcanzar la verdadera felicidad para convertirse en un hombre libre.
Y no hablo de esa libertad que te permite hacer lo que quieres. Hablo de esa libertad de estar en paz contigo mismo, de respirar profundamente, y de no sentir la amargura y el dolor que has vivido. La libertad de vivir sin tener que pisar a nadie. La libertad de ser feliz con lo que eres y tienes en tu sencillez. La libertad de amar pocas cosas y pocas personas, pero amarlas de verdad. La libertad de haber cometido grandes errores a tus espaldas, pero una conciencia serena de haberlas reconocido, nunca negado y superado.
Grandes hombres no se nacen, nos convierte el tiempo, cerrando fuertemente en nuestro corazón los valores y principios que nos han sido transmitidos y que nunca hemos olvidado. Un gran hombre no ignora, no se esconde, no miente, no pisotea y no quiere pasar por encima de nadie, porque sabe que es él mismo, un individuo libre, lejos de la multitud.
Y el alma pregunta.
                   
                     ¡¡¡DAME UN ME GUSTA!!!
                                GRACIAS







martes, 21 de abril de 2020

HUBO UN TIEMPO

¡Necesito cosas antiguas!
De una carta escrita desde lo más profundo del corazón en una hoja de papel. De una llamada en la noche desde una cabina telefónica. De alguien, que llama a la puerta de mi casa con una botella de vino en la mano, para compartir una copa conmigo.
Hubo un tiempo en el que las cosas eran más simples y la vida era más honesta. Un tiempo en el que, cuando volvías a casa después del colegio, donde no habías hecho nada durante todo el día, por la tarde, después de las tareas que tu madre te obligaba a hacer; dibujos animados, chocolate untado en el pan, fútbol con los amigos y un partido de ping pong. Verdadera despreocupación, alegría en el corazón, la sencillez de vivir. Un tiempo en el que existían personas diferentes, que se bastaban a sí mismas, felices de lo que tenían y no infelices por lo que no tenían.
Para ser un intelectual había que estudiar, para ser un médico conocer la medicina, para ser un artista tener un alma bohemia, y para ser un artesano tener un arte en las manos. Cuando todavía se intercambiaban letras escritas a mano, o se regalaban los propios pensamientos a un viejo diario que se escondía en el último cajón del armario. Cuando las prioridades eran diferentes, cómo la de ocuparse de las certezas cotidianas, de quien estaba a nuestro lado, de lo que habríamos podido hacer para realizar un sueño, y de lo poco que nos daba la vida. Y no una loca carrera hacia lo superfluo, hacia lo superficial, hacia la nada, con la utópica ilusión de que la felicidad dependa del poseer. Y lo que decía la ley era justo y respetado por todos, porque incluso la política era honesta y servía para ayudar a quienes más lo necesitan. Actuaba según los intereses del pueblo para ayudar a la gente a estar mejor, a vivir mejor y a tener una vida más digna. Y los débiles y los ancianos no se abandonaban a su suerte, porque incluso los políticos de entonces eran hombres verdaderos y no bufones como hoy en día, que prometen y al mismo tiempo desmienten sin avergonzarse de lo que habían prometido.
Hubo un tiempo que la dignidad, el respeto y la educación eran real, y quien mentía se avergonzaba de haber mentido y sabia también pedir perdón, porque existía la conciencia. Y los principios trasmitidos de nuestros padres, si llevaban en lo profundo de nuestros corazones. Existían personas que amaban más escuchar que hablar, porque sabían pensar y valorar. Personas que amaban compartir un paseo contigo, sin hacer nada, sin pretender nada, solo por el placer de estar en tu compañía y conversar contigo los hechos del mundo. Personas que se desafiaban para ver a quién bebía más cervezas en una playa a la orilla del mar, o quién cantaba más desentonado una vieja canción ante una fogata rodeada de amigos, que reían y se burlaban de él. Y cuando se hacía una foto era para preservar un recuerdo, y no para conseguir un “me gusta”. No había gente esclava de los móviles o de un selfie.
Hubo un tiempo en el que era casi obligatorio el sábado a medianoche, hacer una pasta en casa de un amigo. Como también era una especie de ritual al terminar la noche ir a desayunar juntos, en una pastelería semiabierta croissant rellenos de chocolate, esperando el inicio de un nuevo día. Y cuando teníamos una cita con una chica que nos gustaba y ella no se presentaba, nos quedábamos allí, nerviosos y ansiosos esperando durante un tiempo indefinido con el anhelo de que apareciera de un momento al otro. Y las miles de mujeres o los miles de hombres que nos pasaban por delante, nos resultaban totalmente indiferentes porque ya habíamos elegido. Y era ella, o él, que queríamos.
Hubo un tiempo en el que el amor era algo que no se compraba y no se regalaba. Sino que era algo que había que conquistar, que ganar, pero, sobre todo, merecerse.Las mujeres se entregaban a un hombre para ser amadas de por vida, y el hombre buscaba una mujer para construir algo sólido y duradero, porqué la familia tenía un sentido. Y cuando se discutía, para hacer las paces era suficiente hacer amor e inmediatamente se olvidaba lo sucedido, porque lo importante era estar juntos. Y declarar de amar, era algo que se hacía con extremo cuidado y precaución. Y cada pensamiento, cada palabra, cada acción que nacía desde el profundo del corazón hacia esa persona, era solo por su bien. Porque amar significaba preocuparse por alguien. Cuando pasear cogidos de la mano o abrazados uno al otro era dulce y tierno, y besarse por la calle apoyados en un muro, o escondidos en un portal dejado abierto, nos daba un poco de vergüenza por las personas que pasaban cerca, porqué existía el pudor y el respeto.
Hubo un tiempo en el que cortejar a una mujer era algo por lo que te admiraban y no se consideraba una pérdida de tiempo o algo por lo que recibir burlas. Y cuando se regalaba una flor o se invitaba a cenar en un lugar romántico, para la mujer que lo aceptaba significaba algo de importante. Y no regalaba su tiempo a ningún otro hombre porque te respetaba a ti y a sí misma. Las mujeres y los hombres de aquellos tiempos no tenían miedo a estar solo y no aceptaban la compañía de cualquiera porque existía la dignidad. Y sin un adecuado cortejo hecho por miles de atenciones, un hombre no eras ni siquiera digno de mirar a una mujer. Y las mujeres se dejaban desear antes de ceder, y solo si lo merecías te concedían antes su corazón y luego el resto. Los hombres estaban orgullosos de las mujeres que tenían a su lado y no la habrían traicionado, engañado o desatendido nunca. Luchaban por la familia, y la protegían y la defendían para que no le faltara de nada. Y esto era un signo de amor. Porqué el bien, era sobre lo que se trabajaba y se construía la propia vida, como la honestidad, como la verdad, como la lealtad. Y eran los valores más hermosos que un hombre podía sentir y llevar dentro de sí, dentro de su corazón. Y las mujeres amaban cocinar y tener una casa limpia y ordenada, y dar una buena educación a sus hijos. Los acompañaban al colegio, les ayudaban a hacer las tareas, valoraban a los amigos con los que salían y, por la noche, después de una cierta hora, se debía estar en casa. Porqué en la casa era ellas que mandaban.
Hubo un tiempo en el que desayunar el domingo por la mañana en familia era motivo de gran felicidad y alegría, porque reunirse alrededor de una mesa era unión, era casa, era tradición. Y las tradiciones transmitidas por los ancianos eran importantes porque eran la base sobre la que se sostenía la familia, la amistad, las cosas reales de la vida. Y los ancianos se respetaban, se ayudaban, se escuchaban, porque eran fuente de sabiduría.
Hubo un tiempo en el que no había rencores malvados dentro del alma hacia otras personas porque se sabía comprender, y perdonar, y tolerar, e incluso pedir perdón cuando era necesario. Y los hechos que podrían suceder, incluso los más duros, se arreglaban con un apretón de manos, porque existían los amigos, y la amistad era algo serio y no la oportunidad o la conveniencia del momento, como muchas veces lo es hoy. En aquellos tiempos, la amistad duraba toda la vida y un apretón de manos valía más que un contrato, porqué existía el honor y la palabra. Ese honor, y esa palabra, al que nadie habría faltado, porque exitista la vergüenza.
¡Ay!… hubo un tiempo en el que la vida nos pertenecía del mismo modo que nos pertenecían los sentimientos. Y la dignidad era tan importante para todos, que distinguía a las personas verdaderas de las mezquinas. Y llorar no era un signo de debilidad, era dar voz, a sensaciones y emociones o dolores que las palabras no podían expresar.
Hubo un tiempo que hoy es sólo un melancólico y triste, recuerdo, porque no volverá nunca más. Y aunque el hombre tendrá materialmente todo… será cada vez menos feliz como individuo. Y entonces nos acostumbraremos a una nueva era, falsa y mentirosa, insensible y vacía. Donde nadie piensa porque no es capaz y nada tiene valor. Y en un nuevo mundo, superficial y superfluo, pero sobre todo injusto. Lleno de personas que hablan mucho y no dicen nada. Y de gente nueva y no demasiado interesante, que valoran a una persona por lo que posee y no por lo que es. Porque los valores que formaban a un hombre y a una mujer se han desvanecido en el aire. Y estaremos siempre más distantes los unos de los otros, y más infelices, y menos satisfechos con la vida que llevamos. Y cuando llegará la hora, nos iremos en otro lugar, e inevitablemente nadie nos recordará más, porque habremos contribuido solo a construir un mundo peor. ¡Añoro cosas antiguas!
Y el alma pregunta.

<a href="https://elalmapregunta.files.wordpress.com/2020/04/138-c-era-un-tempo.-italiano.pdf" title="138 C ERA UN TEMPO. ITALIANO">138 C ERA UN TEMPO. ITALIANO</a>


domingo, 12 de abril de 2020

ESTADO DE ANIMO

Nadie puede deshacerse de su pasado. Un tiempo que se ha visto forzado a vivir por elección, por obligación, o tal vez, porque no se tenía otra alternativa. Se lleva dentro, y cualquier cosa que se haga debe ser sopesada en la balanza de las experiencias vividas anteriormente, que a veces, estrechan la visión de las oportunidades presentes.
Sólo quien presta atención a sus conflictos internos y es consciente de su desarmonía, puede elevar sus pensamientos y superarse a sí mismo. Y entender, que la soledad de la que escapa, es la única forma que tiene a su disposición para hacer que su existencia sea lo más resistente posible a las adversidades de la vida, que sin buscarlas, se presentarán algún día.
A menudo, el mundo no me pertenece, no me refleja, y no me gusta perderme en él. Pensar de ser como uno de los tantos, ocupados solo a correr atrás cosas triviales e inconsistentes para obtener un poco de poderío y poder decir de haber vivido, me entristece enormemente. Siento que, dentro de mí, vive mucho más de lo que la gente puede ver. Tengo mucho más para dar de lo que la gente puede creer. Y, aunque mi mirada, mi aliento y mis gestos hablen por mí, la masa en su conjunto no puede entenderlo, porque no posee esa sensibilidad humana indispensable para poder leer los mensajes de una vida que pasa cerca de ellos.
Hay días en los que me enfado con todo el mundo y para volver a respirar de nuevo, tengo que aislarme y encerrarme en mí mismo. Entonces entro un bar, uno cualquiera, y sentado en una mesa delante de un café, observo con curiosidad a los demás que pasan ante mí, intentando descubrir sus secretos escondidos en sus apariencias. El único pensamiento que me pasa por la cabeza en aquel momento, es intentar comprender dónde me he equivocado para tener que pagar, a veces, un precio tan alto que representa la pérdida de mi serenidad. En aquel silencioso instante de vida, mis pensamientos se detienen, mi corazón deja de seguir el ritmo habitual y el mundo parece volverse hostil y venir hacia mí para aplastarme con su peso. Pero aun así, no puedo adaptarme a aquel mundo superficial tratando de ser diferente de lo que soy, porque al hacerlo, perdería mi personalidad, mi carácter, y mi esencia como hombre no valdría nada. Me convertiría, simplemente, en un algo privo de definición, trivial e insignificante. Prefiero entonces estar a solas conmigo mismo y luchar contra mis angustias agarrándome a aquel hilo de esperanza que me dice, que al final saldré victorioso.
Estoy cansado, inmensamente cansado de buscar cada día, esa paciencia que tengo que encontrar para soportar un tipo de gente que no me gusta. Cansado de esa sensatez que a veces debo tener, para seguir adelante y no explotar. Cansado también de esa tolerancia que muchas veces debo adoptar para soportar la imbecilidad y las comunes conversaciones de gente que a mí no interesa. No me importa nada de las personas que se fueron, dejaron de existir en mi vida. Y tampoco me importan aquellas personas que han entrado en mi vida intentando lograrlo todo sin dar nada a cambio. Y tampoco me importan las opiniones fútiles, de aquellas personas que, sin conocerme, piensan de saberlo todo sobre mí.
No me importa nada de todo eso.
No soy capaz de reírme cuando no hay nada de lo que reírse, de ir a las fiestas para no estar solo, o de buscar forzosamente la compañía de alguien, rechazo este teatro que lo único que consigue es entristecerme. Tal vez, con esta actitud, manifiesto una cierta intolerancia a vivir las relaciones con los demás, pero, para regenerarme, no necesito caer en conversaciones inconsistentes, amistades pasajeras, encuentros inútiles, o amores que no saben amar. Necesito encontrarme a mí mismo, y tomar consciencia de donde estoy.
Con el tiempo he aprendido a descifrar las facetas, las palabras, las actitudes de las personas con las que me he tropezado. A distinguir quién valía la pena, de quien, por muchos esfuerzos que hiciera, nunca llegaría a valer algo. He superado las decepciones, las maldades, las traiciones y las derrotas. Y en ese afán, he conseguido las mejores armas para seguir adelante, la experiencia, el sexto sentido, la sabiduría, el valor de creer en mí mismo.
Porqué no se puede ganar a quien no está dispuesto a rendirse, y no siempre perder una batalla equivale a ser derrotado. A veces puede ser el punto de partida hacia grandes victorias.
He empezado a dar la espalda a aquellos que no eran dignos de estar a mi lado, porque incapaces de entender los valores sobre los que yo había construido mi vida. He aprendido a no mostrar mi verdadero rostro a aquellos que siempre, y solo, han mostrado la cara que más le convenía en cada momento. He dejado también pedazos de mi corazón dentro personas que ni siquiera se merecían de conocerme, y palabras escritas en mensajes que nunca fueron leídos, o puede ser, que estos mensajes nunca fueran entendidos. He dejado lo bueno de mí, en heridas que se me han infligido, y en recuerdos que no valía la pena recordar. Pero he seguido hacia adelante, solo conmigo mismo, porque era lo único que tenia.
Me he vuelto intolerante a todas esas palabras vacías de contenido que a veces la gente dice por las circunstancias del caso. Intolerante a las mentiras, a la poca lealtad, a la falta de coherencia y a la poca personalidad de muchas personas. Intolerante a quien tiene siempre un segundo fin o un interés personal y egoísta. Intolerante a los abrazos por conveniencia, a las sonrisas del momento, a las declaraciones platéales, y a los amigos o a los amores que nunca lo han sido realmente.
Hoy vivo para mí y para las pocas personas que han dado color y sabor a mi vida. Para mí es suficiente tener el afecto de quien vale y de quien está cerca de mí, de quien con su presencia me trasmite serenidad. No me interesa salvar a nadie, y el poco tiempo que tengo a disposición me alcanza solo para salvarme a mí mismo. Aunque estoy y estaré siempre para quien lo merezca y para aquellos que necesiten una mano. Pero miro mucho a quien la tiendo. La dureza que me acompaña puede parecer excesiva a los ojos del mundo, pero aquellos que nunca se han molestado en conocerme pueden pensar lo que quieran, no me importa. No alardeo nada en la vida, solo de lo que he vivido, que en definitiva es lo que llevo dentro de mí, y representa lo que he llegado a ser.
Con el tiempo he entendido que incluso de la tristeza, de una derrota o de un dolor hay mucho que aprender para crecer. He entendido que en la vida se debe tener el valor de dejar espacio, en la amistad y en el amor, a aquellas pocas personas que poseen una sustancia humana, un peso, una profundidad de ánimo. Que saben cómo sacar lo mejor de ti y que quieren estar a tu lado, en cualquier momento y en cualquier situación, enfrentado contigo cualquier adversidad de la vida. Solo con ese tipo de persona no te sentirás nunca solo, porque serán capaces, con una sonrisa y con el amor que tienen para darte, de llenar su presencia, tus espacios vacíos. Por eso son grandes.
Y el alma pregunta
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martes, 7 de abril de 2020

Parte del libro 5 “UNA DULCE MADRILEÑA” amor y erotismo.



 “Me pregunto qué bagaje de tristeza, y durante cuánto tiempo, debe transportar dentro de sí misma una mujer antes de encontrar el valor de vivir. Cada mujer esconde, a veces, en lo más profundo de su alma, dolorosos secretos que le impiden ir hacia adelante en la vida con alegría. Momentos llenos de tristeza que no comparte con nadie, a veces, ni con ella misma. Una vida no vivida ya que vivida con demasiada mediocridad o, quizás, perdida en la banal y común búsqueda de la estabilidad y de la certeza. De donde invertir sus sentimientos. Con la ilusión de no sufrir por amar, impidiendo así, a su corazón de sentir y a su alma de brillar.
Muchas mujeres creen que pueden ser felices asegurándose hombres convenientes, pero estos hombres, carentes de cualquier capacidad para amar con pasión, con el paso del tiempo, se convierten en el motivo de su infelicidad”

“Siempre he pensado que los amores más bellos, las aventuras más emocionantes, las sensaciones más intensas, surgen de los pliegues secretos de lo que aparentemente podría parecer un error. De hecho, la libertad de ser, de amar, de expresarse, de probar lo prohibido, lo perverso, existe también y sobre todo en el placer de descubrir lo desconocido. Aquello que nunca tendríamos el valor de vivir.
No es fácil entender la historia de vida de uno mismo. Desde donde se tiene que empezar a contar esa historia. No se sabe donde todo comenzó. Tal vez de una decisión, una elección, un pensamiento, una renuncia, un momento de alegría o de tristeza. Es difícil de comprender donde has terminado de existir y has comenzado a vivir. En qué momento la historia de tu vida se ha trasformado”

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jueves, 2 de abril de 2020

Parte del libro 4 “UNA DULCE MADRILEÑA” amor y erotismo.

DOAIE


Me tumbé ante ella. Las manos fueron sustituidas por los labios que recorrían lentamente su cuerpo. Empecé a chuparle el clítoris, masajeándolo con la lengua con movimientos rotatorio. Apretándolo con delicadeza entre los dientes. Penetrándola con la lengua para sentir ese sabor solo suyo. Cayó en el éxtasis total. Y apretando los puños y agarrándose con las manos a la cama, llegó, a pesar de su resistencia a un placer supremo, que con un grito, desgarró la silenciosa noche. Fue un orgasmo liberador, donde el alma se unió al cuerpo.

Agarró fuerte con las manos mi cabeza empujándola aún más dentro de ella, estirando y encogiendo las piernas a mí alrededor como un cepo. La lamí dulcemente durante un tiempo infinito, llevándola más veces al paraíso. Luego, me hice un hueco en la cama al lado de ella. Y la luz de la luna fue testigo de una noche de intenso amor. Le gustaba sentirse penetrada lentamente, a intervalos. Y cada vez que lo hacía, le faltaba la respiración. Me tumbé entonces boca arriba, con la espalda un poco elevada por dos cojines que puse detrás de mí. Ella se colocó encima, y se introdujo mi miembro duro y recto dentro de ella. Dejándose caer con el cuerpo hacia delante, empezó a moverse frotando su sexo contra mi vientre. Había apoyado las manos en mis hombros para tener más equilibrio y para poder sentirlo más intensamente dentro. Su rostro, sus senos, parte de su cuerpo estaba iluminado por la luz de la luna que entraba, celosa de ese acto de amor  por las pequeñas ventanas de la caravana. En un momento dado, se giró y se tumbó sobre mí dándome la espalda. Yo, desde abajo, con las manos libres, le cogía los senos juntándolos entre ellos. Empujaba los pies contra el borde de la cama, y empujándome también hacia arriba con las piernas, arqueaba el tronco para conseguir entrar más profundamente dentro de ella.

Cuando acabamos, nos quedamos allí, mirándonos en silencio. Nos levantamos luego en mitad de la noche para refrescarnos, bañándonos en las cálidas aguas del Mar Muerto. El viento cálido soplaba suavemente, y el aire se llenaba de un perfume exótico. Persiguiéndonos, volvimos a la caravana, y caímos de nuevo, cansados y abrazados, en un sueño profundo. Al día siguiente por la mañana, el autobús nos separaría y nos devolvería a nuestros respectivos destinos, a nuestra vida de siempre. Para Doaie era la primera vez que traicionaba a su marido.

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AMOR Y EROTISMO

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